Mayo, por excelencia, siempre ha sido y es el mes de las flores. Hasta ahora, pasado ya el invierno, las plantas todavía adormecidas en su ciclo vegetativo, se han mantenido sin manifestarnos toda su hermosura y esplendor. Apenas algunas, las menos tímidas, nos han mostrado sus flores y nos han hecho intuir que el buen tiempo despierta el medio natural.
Pero como este no es un artículo literario ni poético ni tampoco estrictamente científico, me quiero centrar hoy en distinguir, de una manera sencilla y que cualquiera pueda entender, aquellas familias a las que pertenecen nuestras plantas o, al menos, aquellas que nos llaman más la atención en estos días en los que se multiplican nuestros paseos.
Las plantas, al igual que cualquier otro ser vivo, se agrupan en familias, géneros y especies, que nos ayudan a su identificación y clasificación, siguiendo unos criterios o características uniformes que hacen que, en general, podamos agruparlas y adscribirlas a unos determinados grupos.
Estos grandes grupos, las familias, aglutinan a aquellos ejemplares que reúnen unas características comunes y que, en la mayor parte de las ocasiones, hacen que podamos encasillarlos de un primer golpe de vista.