En los últimos meses del año 1875
se construyeron apresuradamente en el Bajo Aragón una veintena de torres de
telegrafía óptica para mejorar la defensa del Ebro ante las incursiones
carlistas. Sin embargo, estas estratégicas torres apenas llegaron a utilizarse
pues al mismo tiempo que finalizaba su construcción acabó la guerra.
La rápida construcción de todas estas torres y fortines militares se logró gracias a la participación de los municipios y vecinos de la zona tal como reflejan los documentos de la época: “todas (las torres) han sido construidas por el cuerpo de Ingenieros, con auxilio de peones, materiales y jornales, satisfechos por los pueblos por prestación vecinal, y sin más coste para el Erario, que los aparatos telegráficos”. Los municipios no solo contribuyeron con la construcción de las torres sino también aportando todo su equipamiento y mobiliario exceptuando tan solo los aparatos de telegrafía.