Ha llegado el verano y las vacaciones. Desde la estación de Francia de Barcelona vamos a salir en tren hacia Valdealgorfa. Un tranvía nos ha dejado muy cerca del recinto ferroviario. Cargados con nuestras maletas, entramos en la amplia nave. Por los andenes la gente va y viene, buscando su convoy. La cantina está hasta los topes, todo el mundo habla a gritos y las colas en las taquillas se hacen interminables. Allí pueden hacerse amistades que duren toda la vida… Bajo la bóveda los silbidos de las máquinas nos ensordecen. Sorteamos bultos y cajas por todas partes. El calor es sofocante, húmedo.
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J.A. Godina Miñana |
Llega la hora y con parsimonia, sin prisas, el tren enfila las vías y sale de la estación. Los viajeros se asoman a las ventanillas y cuando pasan por algún túnel las caras les quedan tiznadas de hollín y el humo les deja un sabor extraño en la garganta. Atrás queda la ciudad y la serpiente mecánica enfila hacia Tortosa, cerca del delta del Ebro; allí se hará el trasbordo y otro tren nos llevará a Valdealgorfa. El mar queda a nuestra izquierda y pronto lo perderemos de vista.