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lunes, 1 de octubre de 2018

Valdealgorfa. Hacia un municipio independiente (II).
Siglos XIV-XVI


Si difícil es llegar a conocer con exactitud la organización administrativa de la villa de Alcañiz y sus órganos municipales, todavía mayor dificultad representa el analizar cual era la de las pequeñas comunidades que dependían de ella.

           Año 1539                                        (Foto: J. Guarc)
Como sabemos, Alcañiz tenía jurados propios nombrados de entre sus gentes desde 1263, concesión hecha por el maestre calatravo alcañizano D. Pedro Ibáñez. Esto no quiere decir que no tuviera anteriormente gobierno municipal ni representantes locales pero, aun así, seguían dependiendo del Justicia de Alcañiz, designado por las autoridades calatravas. Eso sí, nombrado de entre sus vecinos como era costumbre foral en Aragón.

Este proceso de emancipación continuará con la incorporación de la villa a la corona en 1438 y la introducción del sistema de insaculación para la elección de los concejos en tiempos del Católico, si bien, la jurisdicción criminal seguía en manos de la Orden.

Llegados a este punto, y centrándonos en el gobierno de las aldeas, debe equipararse el devenir de éstas con el propio destino de la villa.

La administración de las aldeas era realizada por la urbe y desde la urbe sin que, los barrios, como así se les llamaba, tuvieran alguna capacidad para designar a sus propios responsables y directivos locales que pudieran dedicarse a realizar obras y otras necesidades colectivas. Por ello, las aldeas tuvieron que buscar alguna forma de resolver por sí mismas sus asuntos ya que la atención y preocupación de la villa por sus problemas era totalmente deficiente. La situación de dejadez y a la vez de preponderancia que ejercía la Orden con respecto al concejo de la villa, lo practicaba la villa con respecto a sus aldeas.

En el caso de Valdealgorfa y otros lugares de su distrito, aun dependiendo del concejo alcañizano, la colectividad se había ido estructurando progresivamente y administraba los recursos disponibles de acuerdo a su propia organización, si bien sus representantes no podían tener el nombre de jurados ni siquiera podía llamarse concejo a la reunión de sus habitantes.

Ejercían estas funciones de sustitución los capítulos de ciertas cofradías existentes en la mayor parte de los pueblos de la comarca. En Valdealgorfa quien ostentaba dichas prerrogativas era la Cofradía de San Martín y Santa María Magdalena, sin duda la hermandad más antigua y bajo cuyo manto se reunían la práctica totalidad de los vecinos de la aldea. Así, “la referida cofradía era la que en todo y para todo representaba, ejerciendo por sus estatutos y respetabilidad las mismas funciones, á poca diferencia que una municipalidad”(1) que, a la vez, procuraba y administraba los bienes comunales: reparar fuentes, organizar el molino, empedrar calles, establecer escuela pública, etc.

Oficiales para el año 1541                      (Foto: J. Guarc)
Además, los responsables de la Cofradía dispusieron de unos empleados u “oficiales” ocupados, como se verá, en ciertos destinos controlados por la propia Hermandad. La relación de éstos “aparece en un tomo manuscrito del Archivo Municipal, que consta de 206 páginas y encuadernado en piel, hoy deteriorada, y al que podemos designar como el propio documento reza en su interior “Libro de oficiales del lugar de Valdealgorfa 1509-1604”(2).

De esta manera la administración directa del municipio quedaba configurada, en esencia, como sigue:
     Unos cargos y representantes principales que se encargaban de la colecta, administración y control de los recursos de la Cofradía de S. Martín y Santa Maria Magdalena, cargos que iban variando a lo largo de los años: Un prior, un mayordomo 1º, aumentando otro en 1544, un escribano, un cambrero y un maestro desde 1596. A sus órdenes un nuncio o corredor hacía las funciones de avisador o pregonero. En los primeros tiempos y según las necesidades dispusieron también de cocinero, carnicero, facedor de cirios, dulero, etc…., e incluso un capellán desde 1535(3).
     Para recibir y pasar las cuentas nombraban dos contadores, que fueron aumentando, según las necesidades a 8 y hasta 12.
     Y además, unos empleados u “oficiales” representados por : un lumbrero, dos preciadores (tasadores) y cuatro guardas, para distintas finalidades, que posteriormente serían ampliados a seis.

Complementando los cargos anteriores:
     Un colector y administrador de los donativos para la Lumbraria de Nuestra Señora, que se encargaba a la vez de la custodia los platos, manteles y otros utensilios necesarios para las celebraciones, fiestas y comidas de hermandad, así como los precisos para el culto, custodia, cruces, cálices, cirios etc., pertenecientes a la Cofradía.
     Un colector y administrador de los donativos del Bacín del Corpus, destinados a la celebración de esta festividad.
     Un colector y administrador de los donativos del Bacín de los pobres vergonzantes, destinados a atender a los pobres de solemnidad habitantes en el pueblo.
     Un colector y administrador de los donativos Bacín del Hospital, para atender tanto a transeuntes y peregrinos como a vecinos en precaria situación sanitaria y económica.
     Un colector y administrador de los donativos Bacín de las Almas que con seguridad atendía al culto decente y permanente de esta advocación.
     Un colector y administrador de los donativos Caridad de Nuestra Señora de Fórnoles, que administraba los donativos recogidos para esta finalidad.

Hasta tal punto los responsables de la Cofradía ejercían las mismas funciones que la autoridad municipalidad que en cuanto el pueblo tuvo su propia organización no se dudó en disponer, ya en 1626, que el Prior fuera siempre el Primer Jurado y el Escribano su Secretario, situación que se mantuvo durante una década(4).

Sobre la ocupación y responsabilidades de cada uno de ellos trataremos en otro artículo.

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(1) Pardo Sastrón, S.: Apuntes históricos de Valdealgorfa…”. pág. XI.
(2) Guarc Pérez J.: Valdealgorfa en la historia (de los inicios al siglo XVIII). pág. 63.
(3) Pardo Sastrón, S. Op. cit. págs. 29 y ss.
(4) Id. pág. XII y 16.